Soy Francisco Rubio, soy miembro de una cooperativa que se llama la Fundició, que se fundó en el año 2006, actualmente está formada por tres socios trabajadores que son Mariló Fernández, Pablo P. Becerra y yo mismo.
Desde los inicios de la cooperativa lo que hemos ido trabajando,resumiéndolo mucho, son proyectos y procesos de construcción colaborativa de conocimiento con una vocación de trabajar en cultura entendiendo que la cultura es algo controversiál, que no es un elemento pacificador si no que nos puede servir para pensar los conflictos contemporaneos y al mismo tiempo para construir lazo social.
Los primeros proyecto están muy vinculados al ámbito educativo porque todos los que estamos en la cooperativa tenemos una formación en Bellas Artes, lo que nos convierte técnicamente en artistas, pero habíamos estado vinculados a la educación artística. A partir de allí empezamos a tirar un poco el hilo de lo que era esto de la educación, y nos pareció que era un ámbito de acción política desde la base, muy potente y necesario para intervenir. Desde el principio empezamos a reflexionar sobre la educación y cuestionando nuestro papel como transmisores de un conocimiento hegemónico, de las grandes obras de arte, los grandes artistas, generalmente señores, la función del educador en arte y las propias instituciones educativas. Esta es una constante que luego hemos continuado trabajando, nosotros entendemos que no trabajamos con individuos, por así decirlo, o con colectivos, que es algo muy habitual en el trabajo social si no que lo que nos interesa son las instituciones y transformar las instituciones que atraviesan la subjetividad de las personas, de todos nosotros.
Projecte3 era una propuesta que lanzamos para trabajar con un grupo de alumnos y alumnas en la construcción material de un espacio auto-gestionado de educación, entendiendo la educación como la construcción colectiva de un conocimiento y no como la mera transmisión de un conocimiento dado.
El proyecto fue aceptado por el centro educativo, gracias a la acción de la jefa de estudios que se implicó mucho y con la que tenemos mucha sintonía, pero cuando nos pusimos a desarrollarlo, empezaron a surgir los problemas. Fue muy interesante ver como la materialidad de los proyectos tenía consecuencias en las relaciones políticas, en los acuerdos, en las negociaciones que habíamos establecido. Hasta el momento en el que llegaron los módulos que iban a formar parte de este espacio,todo estaba muy bien. Fue en el momento de materializarlo cuando se desencadenaron toda una serie de conflictos. Conflictos que desembocaron en que estos módulos prefabricados que iban a constituir el espacio en sí tuvieron que salir del centro.
A partir de aquí, todo el proyecto derivó hacia hacer de ese espacio un espacio social, cultural y también educativo en el sentido de que los chavales pudiesen construir sus propios conocimientos colectivamente.
Se planteó como un espacio público abierto al barrio, a la comunidad y al territorio. Ese planteamiento ya estaba inicialmente en el proyecto porque uno de los problemas que detectamos en la institución educativa es que principalmente funciona como un espacio segregado del resto de la sociedad y esto es un déficit social ,político y democrático que nos parece muy grave, nos parece que las escuelas y los centros educativos deberían ser espacios comunitarios y en este sentido se une a la cuestión del espacio público.
Estos módulos después de muchas aventuras y desventuras se instalaron en un descampado en Esplugas de Llobregat y se intentaron activar, primero con el tuneado material del espacio y luego intentando que los jóvenes que habían estado implicados en el proyecto dentro del instituto, también lo hieran una vez que nosotros ya salieramos. Se organizaron fuera del horario escolar y llegaron a constituir una asociación juvenil para gestionar lo que podía y debía pasar en ese espacio.
Open Roulotte fue un proyecto que surge inicialmente a partir de la experiencia que conocimos de la escuela El Martinet en el barrio de Can Mas, en Ripollet, una escuela pública que tiene un sistema pedagógico de pedagogía activa que va en una linea completamente divergente de lo que son las escuelas públicas formales regladas. Se caracteriza mucho por el respecto a los procesos de aprendizaje de los niños y toda una serie de pautas pedagógicas, tienen un interés por vincular el centro educativo con su entorno mas próximo, con el barrio. A raíz de conocerlos les planteamos esta iniciativa de Open Roulotte que casualmente coincide con que el Ayuntamiento lanza la convocatoria para el Plan de Intervención Integral en el barrio de Can Mas, con la ley de barrios y mediante un concurso público ganamos el Plan de acción y creación comunitaria. Esto nos dio un marco legal y económico para tirar adelante un proyecto de cuatro años en el que básicamente lo que se propone es crear junto con los chavales de la escuela pero también abriendo este proceso a diversos colectivos generacionales de origen etc.. la construcción de un equipamiento cultural móvil que es la Roulotte en sí, que en última instancia es de algún modo un pretexto, una excusa para ocupar el espacio público y ocuparlo intentando aglutinar y generando formas de organización dentro del tejido social del barrio y especialmente desde los centros educativos, tanto la escuela como el instituto de secundaria del barrio. Eso es como el esqueleto del proyecto.
El proyecto se extendió por cuatro años, los dos primeros consistieron en una exploración y una diagnósis del barrio, pero una diagnosis participada y desde la acción sobre todo con los grupos de chavales de la escuela y del instituto. Es decir, intentamos como puentear de alguna manera este hábito de generar un conocimiento vertical desde arriba por parte de expertos sobre las realidades de los barrios, que después se traducen el políticas públicas, intentado construir un conocimiento desde abajo y además con un colectivo que generalmente está apartado de lo que es la construcción de ciudad y del espacio social.
Una de las herramientas que utilizamos es la radio, como un espacio de encuentro que generaba conversaciones entre colectivos diversos y que permitía abordar cuestiones que muchas veces estaban muy presentes en el barrio pero de una forma muy escondida y que no se hablaban abiertamente precisamente porque eran conflictivas. Una de las cosas que nos interesa es desplegar los conflictos en lugar de pacificarlos y escamotearlos.
A partir de todo este trabajo de diagnosis participada es cuándo se crea la roulotte. Se convoca un taller en un parque público para customizarla y a partir de allí se empieza a organizar este uso.
La idea inicial es que se genere una especie de organismo ciudadano que se encargue de la gestión. Pero este proceso es muy lento entre otras cosas porque el tejido social del barrio estaba muy debilitado, había varias brechas o fracturas entre diversos grupos de diferentes generaciones y origen. Lo que es curioso es el hecho de que a pesar de tener un estatus socio-economico de clase trabajadora, incluso precaria, no conseguía aglutinar. Era una situación bastante compleja. Se consiguió que diversos colectivos, agentes del barrio, organizasen, por separado inicialmente, actividades utilizando la roulotte en el espacio público.
Por poner algunos ejemplos, la escuela colaboró con un grupo de mujeres que se había formado en el centro cívico que hacían cosas de costura y experimentación textil con nosotros para realizar una acción el la calle que consistía en intercambiar las bolsas de plástico de la compra por bolsas de tela que se cosían en la misma calle. Pusimos un montón de maquinas de coser en la calle, estampamos con serigrafía. Otro ejemplo es la ONG del barrio que se llamaba “Patins Solidaris “que trabajaba con jóvenes emigrantes o descendientes de emigrantes africanos a través de los patines y bicicletas y todo lo que tuviese ruedas. En este caso organizaron varios eventos en la calle colaborando con las entidades del barrio, básicamente para ocupar el espacio público.
Todo este proceso al final de cuatro años confluye en un primer intento para formar una federación de entidades del barrio que se intenta impulsar desde el propio proyecto. Finalmente nos tenemos que retirar y el Ayuntamiento que hasta entonces había ejercido como un papel de supervisor, no hizo propio el proyecto y una vez que nosotros marchamos de Ripollet la cosa quedó en stand-by, a pesar que varios colectivos intentaron solicitar el uso de la roulotte. Redactamos un protocolo de uso, basándonos en el de préstamo de los libros de la biblioteca, mas o menos la lógica era la misma, “Puedes usar esto para un fin común, pero lo tienes que retornar en el mismo estado”.
En el año 2013 decidimos instalarnos en un territorio fijos porque veíamos que lo que nos faltaba, precisamente a raíz de la experiencia de open rolotte, era echar raíces en un sitio para poder realmente establecer colaboraciones a largo plazo y no condicionadas por los tiempos de los proyectos.
Alquilamos un bajo en uno de los bloques de Bellvitge, es el típico polígono de viviendas construido en los años 60-70 durante el desarrollismo franquista y una de las características singulares de Bellvitge es que todas las porterías de los bloques tienen un pequeño espacio ajardinado en frente que los vecinos cuidan generalmente como la comunidad de vecinos. Es un espacio intermedio entre el espacio publico y el espacio privado de los bloques, pero en el caso de la nuestra portería, esta es una singularidad también, ya que es un bloque de propiedad del Ayuntamiento donde ubican a las personas, familias que están acogidas a todo tipo de programas de bienestár social. Es un espacio muy degradado del que se hace un uso muy intensivo por otra parte, sobre todo por la comunidad gitana y esto genera muchos conflictos.
Hemos planteado recientemente la idea de intervenir en este espacio y de hacerlo con la comunidad. Para esto contamos con la colaboración de Raquel Jimenez que es ambientóloga y hortelana urbana y hemos planteado un trabajo sin plazo, semanalmente nos reunimos para trabajar con el grupo de los chavales de la escalera que viene libremente en el horario extraescolar y incluso en el escolar para trabajar en pequeñas intervenciones que inicialmente tienen que ver mucho con la cuestión de la horticultura y de la jardinería desde una perspectiva muy perma-cultural, teniendo en cuenta cuestiones como los insectos que han de vivir y generando una reflexión con ellos sobre cuales son los usos que puede tener ese espacio.
Yo creo que respecto a la relación de los jóvenes con el espacio público, hemos perdido como sociedad una cierta cultura del uso del espacio público como una extensión del espacio privado que estaba muy presente el los barrios sobre todo populares; la calle era el lugar por excelencia de socialización. Y quizá desde los años 60 hasta aquí ha habido un proceso de aculturación y de clasemedianización de los barrios de clase trabajadora que ha expulsado realmente a la gente del espacio público y los chavales han crecido en esto proceso de aculturación y por ello tienen una relación realmente conflictiva con el espacio público. Por una parte los mayores ya no entienden que el espacio público es un espacio para ser usado, en el que se puede correr y hacer ruido y todas estas cosas, que es para lo que sirve y lo viven como una agresión. Los chavales siguen teniendo la necesidad de realmente encontrarse en la calle y expresar su identidad y relacionarse con otros, realmente con sus semejantes. Yo creo que allí está uno de los nudos en los conflictos generacionales respecto al uso del espacio público.
Por ejemplo en Bellvitge se da la circunstancia de que es una población bastante envejecida y las personas que lo habitan mayoritariamente son los primeros habitantes que llegaron cuando se construyó el polígono entero en los años 60, entonces hay un sentimiento de propiedad muy grande respecto el espacio público que entra en conflicto con los usos que hacen los chavales, especialmente aquellos que no son de origen española, incluso habiendo nacido en España. Allí hay todo un trabajo de recuperar una cierta micropolítica del espacio público.
Hay un montón de tensiones en el espacio público respecto a sus usos. Una de ellas yo creo que es, por ejemplo, que realmente los jóvenes intentan hacer usos de una forma más espontanea, usos no regulados del espacio público y no regulados por la lógica productivista, usos que no son ir a comprar o desplazarse para ir a trabajar. Todavía mantienen este impulso de utilizar la calle y eso entra en conflicto con otra gente que ya ha interiorizado y normalizado que el espacio público ya no es este espacio que se puede usar para socializar de diversas maneras. También hay un cierre identitario“este es nuestro espacio y no va a entrar nadie que no esté en nuestro grupo”. Lo interesante es ver que potencialidades hay en muchos de los comportamientos de rechazo a algunas de las imposiciones, de las lógicas operativas que se intenta imponer sobre las personas, no ya solo sobre los jóvenes si no sobre la ciudadanía en general. La juventud y la infancia están en ese proceso de construir, de interiorizar lo que es normal y no es normal hacer en el espacio público así que hay una veta.